El día de publicación de esta receta en el blog es el 24/2/2014, que es el primer cumpleaños de mi padre que no está con nosotros físicamente. El hombre que entre todas las demás cosas buenas de la vida, me enseñó y animó a cocinar, haciéndome ver por su forma de hacerlo, que cocinar todos los días no es una obligación si a todos tus platos le echas el ingrediente más importante de todos que es el cariño, pues siempre que le celebraba cada comida que hacía, le preguntaba: ¿y cómo lo has hecho?¿Qué lleva? Y él siempre me decía: "cariño".
No podía publicar este día otra receta que estas "patatas de la abuela Lola", su madre y mujer ejemplar por su coraje, talante y bondad. Es lo que siempre hemos comido el Viernes Santo en mi casa, aparte de otros manjares, y lo más curioso, es que la receta que más me recuerde a estas dos generaciones que me preceden y que tanto me han marcado y me han hecho como persona, en el mundo gastronómico se llamen "a la importancia", todo lo contrario de su forma de ser, pues fueron humildes, sencillos y discretos hasta el último momento de sus vidas. (Seguramente lo de "importancia" sea por lo importantes que siempre serán para mí).
A mi padre y mi abuela Lola. Con cariño.
Tiempo de elaboración: 1 hora
Dificultad: Difícil
Ingredientes para 1 kilo de patatas:
- 1 kilo de patatas ("cucha" qué casualidad)
- 1 cebolla mediana
- 3 dientes de ajo
- 1 vaso de vino blanco
- 2 huevos
- 125 gr de almendras fritas
- aceite de oliva virgen extra, azafrán, sal, perejil, harina y colorante.
Lo primero que haremos será pelar, lavar y cortar las patatas en ruedas de un dedo de ancho, les echamos un poco de sal y las pasamos por harina, para posteriormente pasarlas por los huevos batidos, y freírlas en aceite de oliva hasta que se doren por las dos caras. Las sacamos del aceite y las vamos dejando con cuidado que no se rompan y no pierdan el rebozado en una cacerola ancha.
Una vez estén todas fritas, como las primas a las mil de la madrugada y después de contarles veinte cuentos cuando "duermen" juntas, en la sartén donde las hemos frito (las patatas, que no las primas), retiramos aceite y dejamos un culo generoso (de aceite...), y en él vamos a sofreír la cebolla muy bien picada o rallada. Mientras, en el mortero vamos a hacer un machacado con los ajos, el perejil, azafrán y una pizca de sal que facilita el machacamiento, como llevar tacones de un metro de altura las adolescentes en Nochevieja, que así acaban como acaban a las 8 de la mañana: "machacás".
Al machacado del mortero le vamos a añadir el vaso de vino blanco, ligamos y añadimos a la sartén con la cebolla, sofreímos todo junto unos 3 minutos y vertemos todo en la cacerola sobre las patatas. Las cubrimos de agua, rectificamos de sal y añadimos el colorante. Removemos la cacerola sin meter pala o cuchara ni nada para que no se deshagan, como cuando hacemos un pil-pil (ver bacalao al pil-pil), y cocemos durante 20 minutos.
A falta de 5 minutos (o sea, cuando lleve 15 minutos para las generaciones de la LOMCE), vamos a añadir las almendras picadas, removemos como antes y dejamos que termine de cocer.
Y ya está. Unas patatas buenísimas que como guarnición para cualquier plato son algo exquisito y sin igual, aunque también se pueden devorar solas. Para mí, es uno de mis platos favoritos.
*Espero que esta receta perdure en las siguientes generaciones, ¿eh, Carmela?
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